Apenas unos meses después del Campus Promete, el 17 de octubre tuvimos el honor de volver a ser invitados por la Fundación Promete a participar en uno de sus eventos por la nueva educación, La Educación del Ser.

¡Y todo eso solo en el área de naturaleza en la que nos encontrábamos! Varios metros más allá veíamos artistas dibujando, directores grabando y jóvenes ingenieros aprendiendo a programar su robot destructor. Y aquel niño dentro de mí, deseando pedir paso para unirme a ellos en la conquista del mundo.
De aquel día los voluntarios no salimos ilesos ni de la hora de comer, en aquella maravillosa azotea soleada, donde los chicos de mayor edad nos dejaron bien claro que ninguno era tan joven para no tener su propia tarjeta de visita, e incluso Carlos y Olaya [que sí, nombres ficticios] nos contaron sobre la empresa que pretendían poner en marcha. Próximamente os contaré el resultado de nuestra primera reunión de negocios…
Conforme se acercaba el final de la jornada, los chicos nos ofrecieron el tradicional show en el que nos explicaban el fruto de su trabajo y los pasos que darían durante el próximo año, ya trabajando por su cuenta, hasta lograr hacerlo realidad.Recuerdo con especial diversión el momento en el que se les pedía que escribiesen una carta contando a alguien su proyecto. Lo que pretendía ser una forma de que se comprometiesen con él, resultó especialmente motivador para Juan [nombre…¿lo adivinas? Sí, ficticio también], que tras decidir que no tenía especial interés en contárselo a nadie, decidió transformar su carta en un contrato de compraventa de su futuro robot. El rato siguiente fueron unos minutos inolvidables en los que le enseñamos a preparar un contrato legal y la razón por la que no podía firmar él mismo por la otra parte.
Por si no habíamos tenido suficiente acción, antes de retirarnos a tomar algo a una cafetería cercana, nos ofrecieron unos curiosos instrumentos musicales (morteros de cocina, envases de plástico con arroz, latas de Coca-Cola con palillos…) con los que pudimos poner a prueba nuestra resistencia y sentido del ritmo (o, en mi caso, hacer mi mejor demostración de sentido arrítmico) con el artista AinTheMachine, inventor de música biotrónica.
Si algo queda claro en estos eventos, es que quienes vamos de voluntarios acabamos aprendiendo mucho más de lo que podemos enseñar. Espero que sea una experiencia que podamos repetir por muchos años.